Protegen saber astronómico ancestral para mantener vínculo con el cielo


VIENA.- Además de sobre objetos y fenómenos lejanos, la Unión Astronómica Internacional (UAI) debate estos días en Viena sobre una cuestión más desconocida, pero que afecta también a cómo vemos y entendemos el firmamento: las tradiciones ancestrales que están en peligro de desaparecer para siempre.
“Nuestra conexión más antigua con la naturaleza es la astronomía. Ha sido una constante durante miles de años” explica a Efe Duane Hamacher, miembro del grupo de trabajo sobre patrimonio astronómico inmaterial dentro de la UAI, que celebra hasta el viernes su Asamblea General en Viena.
Este astrofísico recuerda que mientras el patrimonio físico, como Stonehenge o la pirámide de Giza, es fácilmente protegible, lo inmaterial se refiere a canciones, danzas, conocimientos y tradiciones relacionadas con el cielo y que es más difícil de conservar.
Hamacher pone como ejemplo los sistemas de navegación marítima desarrollados por muchas civilizaciones o los conocimientos agrícolas surgidos de la observación del cielo.
Este científico reivindica también que esas tradiciones revelan el profundo conocimiento que muchos pueblos tradicionales tenían sobre el cielo y cómo lo ponían en práctica, por ejemplo para predecir el tiempo y las estaciones.
Un saber que, asegura este científico, tiene todavía aplicaciones prácticas, como en lo relativo a la navegación en el mar.
Pero, sobre todo, Hamacher insiste es la necesidad de proteger el patrimonio de comunidades tradicionales cuyos ritos y culturas milenarias tienen mucho que ver con el cielo.
“Por ejemplo, una canción o una danza que está relacionado con la constelación de la Cruz del Sur. Pero no se puede ver la Cruz del Sur debido a la contaminación lumínica. Eso es un problema”, describe.
Este experto recuerda que ya existen reservas de “cielos oscuros”, normalmente cerca de parques naturales y observatorios, donde la contaminación lumínica artificial está restringida.
“Pero qué haces con culturas que tienen conocimientos tradicionales, que tienen calendarios, canciones y bailes sobre la Vía Láctea. Si hay mucha polución lumínica, no puedes verlas y esa tradición se pierde. No puedes predecir cuándo ir de cazar o cuando van a cambiar las estaciones”, explica.
Como ejemplo de la importancia de preservar esas tradiciones, Hamacher recuerda un caso en el que los isleños nativos de la Isla de Murray, o Mer, en el Estrecho de Torres (entre Australia y Nueva Guinea), recurrieron a una canción y danza ancestral para demostrar en un juicio sus derechos marítimos.
La canción describía la posición de la Luna sobre la Isla de Mer tal y como la veían los isleños cuando navegaban hacia ella desde otra isla cercana.
La ejecución de esa danza tradicional durante el juicio sirvió como una prueba de que existió un vínculo cultural entre las dos islas y ayudó a la comunidad local a ganar el caso.
Hamacher reconoce que la protección del patrimonio inmaterial supone muchas dificultades, ya que en muchas ocasiones no se puede desvincular de la protección física del territorio donde viven las comunidades, lo que puede entrar en conflicto con intereses económicos de los Estados actuales.
El grupo de trabajo sobre patrimonio inmaterial está trabajando en elaborar un documento que recoja análisis de casos y establecer un protocolo y una metodología para buscar un eventual reconocimiento de la Unesco.
Un reconocimiento, explica Hamacher, que se tramitaría siempre en coordinación y con el acuerdo de las comunidades locales, para que sean conscientes de “los beneficios y los potenciales problemas de ese reconocimiento, y que puedan tomar sus propias decisiones”.
Por ejemplo, que ese conocimiento sea registrado en su idioma original y respetando las tradiciones y jerarquías de cada comunidad, para que “mantengan el control” sobre esa herencia.
En general, Hamacher reivindica la necesidad de recuperar el contacto con el firmamento y asegura que el interés por la astronomía tiene que ver con el cielo bajo el que uno vive.
“He dado conferencias en pequeñas ciudades en Australia, y a los estudiantes les encanta. He dado charlas en Singapur, donde puedes contar exactamente solo dos objetos en el cielo, el Sol y la Luna y, si tienes suerte, un planeta, y los estudiantes no conectan”, lamenta.

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